BOTIN
Esta
casa se fundó en 1725 y según el Libro Guinness de los Records,
es el restaurante más antiguo del mundo y uno de los referentes
de la cocina tradicional en Madrid. Posee una bodega comedor del siglo
XVI y fama internacional. BOTIN EN LA LITERATURA Dicen que allá por 1620, la zona de la Cava de San Miguel y lo que hoy es la Plaza Mayor de Madrid eran un hervidero de gente de mejor y peor calaña, que por allí recalaban en diversas actividades. Seguramente fue ese el ambiente en el que encontró Lope de Vega el perfil de los pícaros que protagonizarían su teatro. Y más tarde, ya en el siglo XIX, este castizo barrio de Madrid sirvió de escenario también a muchas de las novelas de Benito Pérez Galdós, hasta el punto de recibir el sobrenombre, por parte de los historiadores, de Madrid Galdosiano. Botín tiene el honor de aparecer en varias de las novelas del insigne escritor canario. En 1886 Galdós escribe una de sus obras más populares Fortunata y Jacinta,un vasto mural donde la historia, la sociedad y el perfil urbano de Madrid sirven de escenario a un argumento que presenta a dos jóvenes mujeres, muy diferentes entre si, enamoradas de un mismo hombre. En una de sus páginas Galdós escribe: Anoche cenó en la pastelería del Sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros... Diez años más tarde vuelve a hacer referencia a Botín en otra de sus obras: Misericordia, novela que junto con Nazarín muestra ciertas influencias del ruso Dostoievski. En uno de sus capítulos el personaje de Doña Francisca Juárez pide que le suban la comida de Botín: En uno de aquellos encuentros, de la sala a la cocina y de la cocina a la alcoba, propuso Ponte a su paisana celebrar el suceso yéndose los dos a comer de fonda. Él la convidaría gustoso, correspondiendo con tan corto obsequio a su generosa hospitalidad. Respondió Doña Francisca que ella no se presentaría en sitios públicos mientras no pudiera hacerlo con la decencia de ropa que le correspondía; y como su amigo le dijera que comiendo fuera de casa se ahorraba la molestia de cocinar en la propia sin más ayuda que las chiquillas de la cordonera, manifestó la dama que, mientras no volviese Nina, no encendería lumbre, y que todo cuanto necesitase lo mandaría traer de casa de Botín. Por cierto que se le iba despertando el apetito de manjares buenos y bien condimentados... ¡Ya era tiempo, Señor! Tantos años de forzados ayunos, bien merecían que se cantara el ¡alleluya! de la resurrección. «Ea, Celedonia, ponte tu falda nueva, que vas a casa de Botín. Te apuntaré en un papelito lo que quiero, para que no te equivoques». Dicho y hecho. ¿Y qué menos había de pedir la señora, para hacer boca en aquel día fausto, que dos gallinas asadas, cuatro pescadillas fritas y un buen trozo de solomillo, con la ayuda de jamón en dulce, huevo hilado, y acompañamiento de una docena de bartolillos?... ¡Hala! Además, tiene lugar una elogiosa referencia a Botín en la novela de Torquemada y San Pedro: "En una y otra acera reconoció, como se reconocen caras familiares y en mucho tiempo no vistas, las tiendas que bien podrían llamarse históricas, madrileñas de pura raza: Pollerías de aves vivas, la botería con sus hinchados pellejos de muestra, el tornero, el plomista, con los cristales relucientes, como piezas de artillería en un museo militar; la célebre casa de comidas Sobrinos de Botín...". También el político y periodista español Indalecio Prieto hace referencia a Botín en en su libro Mi Vida, escrito en 1965 ya en su exilio mejicano: ...Al sábado siguiente, en una de aquellas cenas semanales en casa de Botín a las que habitualmente concurría yo, con Julio Romero de Torres, Anselmo Miguel Nieto, Julián Moisés, Juan Cristóbal, Pérez de Ayala, Valle Inclán, Enrique de Mesa y otros artistas y escritores; Sebastián Miranda, queriendo hacer el pago ante testigos, devolvió los cinco duros de Julio Camba quien con ellos cubrió su prorrata en el coste de los cabritos asados y los sabrosos bartolillos que desde 1725 acreditaba el célebre figón de la calle Cuchilleros, viandas de las cuales hicimos abundante consumo. Otro brillante de las letras españolas, Ramón Gómez de la Serna, dedica varias de sus famosas Greguerías a nuestro restaurante. Este carismático escritor madrileño, nacido en 1888, era un habitual y llevaba la voz cantante en las tertulias que se organizaban en el ya desaparecido Café de Pombo y también en Botín. Su curioso sentido del humor, algo excéntrico, le llevó en cierta ocasión a pronunciar una conferencia subido en un trapecio del circo y, otro día, invitado a hablar en la Academia de Jurisprudencia, leyó él mismo una carta en la que se disculpaba por no poder asistir al acto al encontrarse enfermo. Gómez de la Serna salía por Madrid a la caza de Greguerías y cuando la inspiración le llegaba se dirigía a la más cercana de las cuatro habitaciones que tenía alquiladas en diferentes zonas de Madrid, todas ellas bien provistas de mesa, papel, pluma y tinteros. Cabe destacar que siempre utilizaba tinta roja ya que consideraba que así la transfusión al papel es más sincera, lleno mis plumas de mi propia sangre. Sobre Botín escribió: Botín es el gran restaurante donde se asan las cosas nuevas en las cazuelas antiguas. Botín parece que ha existido siempre y que Adán y Eva han comido allí el primer cochifrito que se guisó en el mundo. En el viejo Botín de la vieja calle de Cuchilleros, también está el lechoncito, el conmovedor lechoncito, ante el que lloraríamos como si se tratase de nuestros hijos pues llega a parecernos que nos van a decir: Bautizados, tantas pesetas, y sin bautizar tantas menos. A Botín se va a celebrar las bodas de oro, las de plata, las de diamante y hasta las fósiles. Las Greguerías fueron reunidas en varios volúmenes y traducidas a diversos idiomas, así como publicadas en diferentes periódicos y revistas del mundo. También Arturo Barea, extremeño de nacimiento e inglés de adopción, dedica un espacio a Botín en la que es su obra cumbre La forja de un rebelde. Esta trilogía es un perfecto retrato costumbrista de Madrid, plasmado a través de las vicisitudes de la vida cotidiana de una familia humilde (la del propio autor), desde comienzos de siglo hasta la Guerra Civil. En uno de sus párrafos Barea dice: ...se va sola, o con uno de nosotros, a casa de Botín, que es un restaurante muy antiguo de Madrid, y manda asar un cochinillo. Se lo come si no vamos nosotros- ella sola, con una fuente grande de lechuga y un litro de vino. El Conde
de Sert en El Goloso recoge que en una comida oficial que
Alfonso XII ofreció a Eduardo VII con motivo de la visita de éste
monarca a España, en el menú que se ha conservado de aquel
evento se recoge que uno de los postres era: Bartolillos a la Botín. Antonio: pus sí señor, quiero que la juerga sea en mi casa; porque Ca Botín es un establecimento público y no me da la gana de que se me introduzca allí la Regina y me de una murga. AUTORES EN LENGUA INGLESA Son muchos los autores extranjeros que en sus viajes por España se han dejado seducir por el aire de posada dieciochesca que conserva Botín: John Dos Passos, Scott Fitzgerald, Graham Greene, Ernest Hemingway, Frederick Forsyth..., pero centrémonos en aquellos que han dedicado, en las páginas de sus libros, algún espacio a nuestra casa. Comencemos por Graham Greene, novelista inglés nacido a principios del siglo XX, cuya obra se caracteriza por reflejar los conflictos espirituales de un mundo en decadencia..Tras la Segunda Guerra Mundial se dedicó a viajar por todo el mundo, recalando también en España. Entre sus últimas obras está Monseñor Quijote (1982), novela que, en tono moderado, enfrenta marxismo y catolicismo. En uno de sus capítulos dice: ...propongo que antes de comprar los calcetines morados nos regalemos con un buen almuerzo en Botín... Más recientemente, otro autor británico, Frederic Forsyth, menciona Botín en las páginas de su novela El manifiesto negro, obra que tiene como escenario la convulsa Rusia de finales de los 90. También el premio Pulitzer norteamericano James A. Michener, cuyas obras han sido llevadas al cine en varias ocasiones, hace referencia a Botín en una de las páginas de su libro Iberia: ...e iba a comer a un buen restaurante que se encuentra al salir de la Plaza Mayor, Botín, que data de 1725. Hemos dejado para el final a Ernest Hemingway por el especial vínculo que tuvo con Botín y sus propietarios. En sus viajes por la península, Hemingway acudía con frecuencia a Botín , llegando a entablar gran amistad con Emilio González , padre y abuelo de los actuales propietarios. Como anécdota cabe señalar su interés por aprender a hacer paella, aunque la cocina nunca se le dio también como la máquina de escribir. De todos es conocido el amor por España de este carismático norteamericano. Pocos extranjeros han sabido sentir y reflejar como él la belleza de nuestro país. Le bastan unas pocas líneas para evocar un paisaje con todos sus perfumes, juegos de luces y armonías. De Madrid dijo: Es la más española de todas las ciudades de España y agregó: Cuando uno ha podido tener El Prado y al mismo tiempo El Escorial situado a dos horas al norte y Toledo al sur y un hermoso camino a Avila y otro bello camino a Segovia, que no está lejos de La Granja, se siente dominado por la desesperación al pensar que un día habrá de morir y decirle adiós a todo aquello. Férreo y apasionado defensor de la fiesta taurina, en 1932 publica Muerte en la tarde, un auténtico tratado de tauromaquia en el que menciona a Botín: ...pero, entretanto, prefería cenar cochinillo en Botín en lugar de sentarme y pensar en los accidentes que puedan sufrir mis amigos. También en Fiesta, que en inglés se tituló The sun also risesaparece Botín. Desde hace muchos años es gratificante observar el peregrinar de turistas americanos que llegan buscando el comedor en el que Hemingway situa la escena final de esta novela:
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